Los peregrinos de Roma conocen bien las dos basílicas de los santos Nereo y Aquiles: la que fue erigida sobre sus respectivas tumbas en el cementerio de Domitila, junto a la vía Ardeatina (siglo IV) y la que les dedicó el papa León III (795 en el interior de la Ciudad, al comienzo de la vía Appia. Al igual que San Sebastián, Nereo y Aquiles servían en el ejército en tiempo de Diocleciano. Si se ha de creer al papa Dámaso, no eran todavía cristianos al desencadenarse la persecución (304), sino que fue el entusiasmo de los mártires lo que les valió el don de la fe en Jesucristo. Un fragmento de escultura de la basílica Ardeatina representa la ejecución de Aquiles: sobre su nombre se ve a un personaje que, atadas las manos a la espalda es decapitado por el verdugo. ¡Ojalá que, como hermanos al servicio del Imperio y hermanos en la fe para dar el testimonio a Aquel que es el único Señor, se dignen otorgarnos «su fraternal intercesión» ante Dios.12
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