Santoral Beata Margarita María López de Maturana


Margarita nació en Bilbao, con el nombre de Pilar, el 25 de julio de 1884, en la calle Tendería, en pleno Casco Viejo. En la adolescencia, su madre, intentando alejarla de una amistad prematura con un joven marino, decidió llevarla al colegio internado que tenían unas monjas Mercedarias en Berriz. Y aquí, como en tantas otras ocasiones, comienza este misterio de cómo Dios se vale de un hecho insignificante para cambiar el rumbo de la historia de una persona que a su vez, como en ondas expansivas, va modificando otras vidas y otras historias.

Pilar ingresó como religiosa en 1903, en el convento de la Vera Cruz de Berriz, que por aquel entonces, y desde mediados del siglo XVI, era un monasterio de clausura perteneciente a la Orden de la Merced. Días antes, su hermana, Leonor ingresaba en el noviciado de las Carmelitas de la Caridad de Vitoria, Leonor murió siendo misionera en Argentina y su causa de beatificación también ha sido introducida). Ese mismo año, Pilar tomó el hábito de novicia y cambió su nombre por el de Margarita María. Un año después pronunció sus votos y comienzó a trabajar en el colegio como profesora.

En 1919, el monasterio y el convento de Berriz recibió la visita de dos misioneros: José Vidaurrázaga (jesuita) que marchaba a la misión de Wuhu, en China, y Juan Vicente Zengotita-Bengoa (carmelita), destinado a la India. Esta visita casual de los dos misioneros, las ilusionadas palabras con las que compartían su vocación a la misión y su petición de apoyo a las colegialas mediante la oración, fueron «la semilla de la vocación misionera que Dios dejó caer en nuestros corazones, llamándonos a una empresa en la que nunca hasta entonces habíamos pensado».

El 19 de septiembre de 1926, sale de Berriz el primer grupo de misioneras hacia Wuhu (China). Se había iniciado el «éxodo misionero» de aquellas mujeres contemplativas con el único deseo de contar a sus hermanos y hermanas que Dios los amaba, que no quería que siguieran siendo esclavos, que los quería libres y felices. Su vocación mercedaria, liberadora, luchadora incansable ante cualquier esclavitud, estaba a punto de abrir un camino nuevo en el mundo.

A esta primera expedición les seguirán las de Saipán (Islas Marianas), Ponapé (Islas Carolinas) y Tokio. La misma Margarita dio dos veces la vuelta al mundo, acompañando a sus hermanas que iban a la misión y para visitarlas y acompañar de cerca su nueva vida. Una vida envuelta, desde el comienzo, por múltiples dificultades: problemas económicos, duros trabajos, el desconcierto de vivir una nueva realidad tan distinta.Su llegada a China estuvo marcada por una guerra civil, la persecución a los extranjeros e incluso la cárcel. Pocos años más tarde daría comienzo la Segunda Guerra Mundial, especialmente virulenta en el Pacífico, que supuso en varias ocasiones la destrucción de la obra puesta en pie con tanto esfuerzo y el coraje de volver a comenzar de nuevo.

El camino comenzado iba pidiendo nuevos y definitivos pasos como la transformación de Convento de Clausura en Instituto Misionero. El 23 de mayo de 1930, después de una votación secreta en la que las noventa y cuatro monjas de Berriz piden unánimemente la transformación, el sueño de Margarita y de aquel pequeño convento de clausura se cumple: el Instituto de las Mercedarias Misioneras de Bérriz es aprobado y bendecido por la Iglesia.

Poco tiempo más tarde, en la plenitud de sus cincuenta años, el 23 de julio de 1934, y después de una dolorosa enfermedad, Margarita pasa a gozar del Dios que «ama maternalmente», al que tanto había amado en la oración y en la entrega a los de cerca y a los de lejos. Sus últimas palabras para sus hermanas ya misioneras fueron: «Yo las ayudaré desde el cielo: sí».

Hoy las Mercedarias Misioneras de Bérriz siguen queriendo vivir como Margarita, mirando a Dios y a la historia para descubrir en cada momento, como ella, quiénes son «los nuevos esclavos en esta hora».

Mercedarias de Berriz

A finales de los años 60, la Iglesia de occidente dio un gran vuelco y comenzó a mirar más allá de sus fronteras. El Concilio Vaticano II y la Conferencia de Medellín (en América Latina) pusieron ante nuestra mirada una realidad terriblemente hiriente: las enormes desigualdades entre los pueblos. El clamor de los pueblos empobrecidos en América y África, se presentaba como el desafío más grave para el Evangelio de Jesús, que vino para crear una familia de hermanos, de iguales.

Congo y América Latina recibieron a varios grupos de hermanas en muy pocos años. En los años 70, el Instituto comenzó también a dar sus primeros pasos en Filipinas. Hoy el Instituto de las Mercedarias Misioneras de Bérriz, son 90 en Bizkaia y otras 500 repartidas por todo el mundo.

Además de los votos de pobreza, obediencia y castidad, la orden de las Mercedarias de Berriz tiene un cuarto voto específico que habla muy a las claras de su total entrega: «Permanecer en la misión por el bien de las personas a las que servimos. Cuando haya peligro, dar la vida si necesario fuera».

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